La profesora María Victoria Coce del Departamento de Artes Visuales se propone rememorar la gesta de mayo y las consecuencias de nuestro advenimiento a la realidad política mundial partiendo de una reflexión sobre artes visuales escenográficas.
Me propongo rememorar la gesta de mayo y las consecuencias de nuestro advenimiento a la realidad política mundial partiendo de una reflexión sobre artes visuales escenográficas. Y aunque el punto de partida de estas líneas responda a una coyuntura epocal que se resume en doscientos convencionales años de ser nacional, sin embargo trataré de no hacer “historia” sino de entender el presente en perspectiva con el pasado y en tensión con el futuro.
No me propongo tampoco reflexionar sobre la independencia y el origen argentino porque la comunidad lo ha establecido y sostenido a partir de la Revolución de Mayo y en todo caso la historia puede mostrar algunas inconsecuencias que no importan para nuestra reflexión. En fin, trataré de hacer referencia a la encrucijada de la discontinuidad de las estéticas y técnicas escenográficas, propias del devenir de la disciplina en el tiempo, y la continuidad del problema de la representación visual como escena o continente de otro hecho artístico, espectacular o lúdico unido a ella.
Sobre todo porque la cultura contemporánea ha hecho estallar las fronteras genéricas, ha abierto y entrecruzado las disciplinas artísticas tradicionales a partir de las vanguardias y ha provocado un cuestionamiento no sólo de la capacidad del lenguaje visual de representar la realidad, sino también de la representación como una forma en la que se pueda reconocer cierta semejanza con el objeto o realidad representada. Sobre todo también, porque políticamente han estallado las fronteras nacionales y ha surgido una nueva idea de estado. Sin embargo, la novedad del asunto o de este problema no es tal si retomamos en perspectiva temporal esta quaestio disputata.
En efecto, el problema de la representación de la realidad tiene un lugar privilegiado en la historia del pensamiento occidental desde muy antiguo. Y en la actualidad se vuelve a retomar a partir de este nuevo desafío para las artes visuales que es la llamada “realidad virtual” dentro de la cual la escenografía tiene un papel fundamental.
En efecto, gran parte del futuro de la escenografía está unido y lo estará cada vez más a la realización de la “escenografía virtual” que no es otra cosa sino una representación visual o una escena creada mediante computadora que se pretende instalar dentro del espacio-tiempo históricos de tal manera que se presenta como parte de la realidad misma o como un nuevo mundo a-histórico, con leyes nuevas que contradicen por lo general la experiencia normal del ser humano en su realidad físico-temporal.
Este hecho ha disparado nuevamente el debate en torno a la realidad que el sujeto percibe como tal o lo que el mismo sujeto percibe como apariencia de realidad, ficción, o representación. Sobre todo en la medida en que se une a la evolución de la inteligencia artificial y a la creación de este nuevo tipo de escenarios, unidos a distintas manifestaciones de realidad virtual cada vez más frecuentes (cine, sitios de internet, animaciones, juegos, la espacialización en tres dimensiones, etc).
Y muchas de las críticas a la proliferación de la realidad virtual se centran justamente en que el sujeto, puesto frente a este tipo de manifestaciones, resulta confundido respecto de distinguir a qué mundo o mundos pertenecen esas representaciones virtuales: si tienen un referente real o si son referentes creados mediante el uso del ordenador. Es verdad que tanto la escenografía como las demás aplicaciones de la realidad virtual están constituidas por una síntesis de ambas. Y es quizás ésta una de las causas de la dificultad que experimenta el sujeto en la recepción de este tipo de obras, que en muchos casos son vivencias de nuevos espacios o la percepción de un espacio que tiene una geometría inusitada y leyes físicas y sociales imaginadas. Pero esta dificultad tampoco es propia de este nuevo mundo virtual, sino que por una parte, está condicionada por la mayor capacidad técnica para producir imágenes y mundos nuevos que se confunden con la realidad de la vida humana en la experiencia cotidiana del mundo. Y por otra parte está condicionada, a la vez, por una nueva forma que el hombre ha encontrado para estar en el mundo.
Sin embargo, para no ir tan lejos, el lema shakespereano del The Globe Theatre, “totus mundus agit histrionem” (el mundo entero es un escenario) habla de la misma percepción paradójica que el hombre tenía en el siglo XVII, la tuvo antes y la tendrá, en torno a la distinción entre el mundo real y el ficcional. Pues la vida cotidiana, tal como Shakespeare lo enunció, incluye la teatralidad, es decir la representación y también en esa época como antes de ésta, el arte y la filosofía daban cuenta del mismo asombro que experimenta el hombre frente a sí mismo en tanto representante, frente a lo representado y al mundo que percibe como tal. Por ello, la ficción artística sigue siendo un medio privilegiado para conocer y hacer reconocer al mundo y es por ello también que, negar la representación mediante la asimilación por contigüidad con la realidad no sólo implica la negación la realidad de la representación como forma de conocimiento, sino negar la posibilidad de conocer el mundo.
Es fundamental en el proceso de recepción de una representación escenográfica ahora, como también lo fue hace mucho tiempo, no sólo que la obra fluya sino que dé la posibilidad al espectador de reconocer una cierta semejanza entre la realidad representada (el mundo evocado) y la obra (el mundo evocante), para que se siga produciendo una obra que muestre una intelección del mundo. Porque evidentemente la realidad humana incluye la ficción, como supo lo supo ver Shakespeare, quien potenciaba con el teatro de la vida cotidiana la teatralidad de su propio drama y le devolvía al público la teatralidad social reinterpretada, exteriorizada y comentada.
En fin, la teatralidad de Shakespeare hacía entender y ponía en el escenario a las propias relaciones sociales como convenciones tan falsas o verdaderas como las que rigen las reglas del arte teatral. Implicaba, pues, la representación de una cosmovisión que el espectador podía decodificar porque no negaba la representación sino que representaba al mundo.
Hoy la escenografía virtual en sí misma no es más que un eslabón en la cadena de la multiplicidad de las formas que tiene el hombre de representar el mundo. Y en esa cadena de multiplicidades o de discontinuidades históricas de formas y técnicas de representación, sigue estando el hombre en el centro. En este caso estamos frente a una devastadora multiplicidad de imágenes que por momentos se tornan indiferenciadas, pero tal vez falte un ojo como el de Shakespeare que ordene y no niegue la representación.
El problema sigue siendo la unidad del sentido, encontrarle sentido al mundo en aparente descontrol por proliferación ilimitada de todo tipo de informaciones contradictorias. Por lo tanto, hoy como antes de la Revolución de Mayo, estamos frente a la misma encrucijada: la realidad en el escenario del mundo.
No me propongo tampoco reflexionar sobre la independencia y el origen argentino porque la comunidad lo ha establecido y sostenido a partir de la Revolución de Mayo y en todo caso la historia puede mostrar algunas inconsecuencias que no importan para nuestra reflexión. En fin, trataré de hacer referencia a la encrucijada de la discontinuidad de las estéticas y técnicas escenográficas, propias del devenir de la disciplina en el tiempo, y la continuidad del problema de la representación visual como escena o continente de otro hecho artístico, espectacular o lúdico unido a ella.
Sobre todo porque la cultura contemporánea ha hecho estallar las fronteras genéricas, ha abierto y entrecruzado las disciplinas artísticas tradicionales a partir de las vanguardias y ha provocado un cuestionamiento no sólo de la capacidad del lenguaje visual de representar la realidad, sino también de la representación como una forma en la que se pueda reconocer cierta semejanza con el objeto o realidad representada. Sobre todo también, porque políticamente han estallado las fronteras nacionales y ha surgido una nueva idea de estado. Sin embargo, la novedad del asunto o de este problema no es tal si retomamos en perspectiva temporal esta quaestio disputata.
En efecto, el problema de la representación de la realidad tiene un lugar privilegiado en la historia del pensamiento occidental desde muy antiguo. Y en la actualidad se vuelve a retomar a partir de este nuevo desafío para las artes visuales que es la llamada “realidad virtual” dentro de la cual la escenografía tiene un papel fundamental.
En efecto, gran parte del futuro de la escenografía está unido y lo estará cada vez más a la realización de la “escenografía virtual” que no es otra cosa sino una representación visual o una escena creada mediante computadora que se pretende instalar dentro del espacio-tiempo históricos de tal manera que se presenta como parte de la realidad misma o como un nuevo mundo a-histórico, con leyes nuevas que contradicen por lo general la experiencia normal del ser humano en su realidad físico-temporal.
Este hecho ha disparado nuevamente el debate en torno a la realidad que el sujeto percibe como tal o lo que el mismo sujeto percibe como apariencia de realidad, ficción, o representación. Sobre todo en la medida en que se une a la evolución de la inteligencia artificial y a la creación de este nuevo tipo de escenarios, unidos a distintas manifestaciones de realidad virtual cada vez más frecuentes (cine, sitios de internet, animaciones, juegos, la espacialización en tres dimensiones, etc).
Y muchas de las críticas a la proliferación de la realidad virtual se centran justamente en que el sujeto, puesto frente a este tipo de manifestaciones, resulta confundido respecto de distinguir a qué mundo o mundos pertenecen esas representaciones virtuales: si tienen un referente real o si son referentes creados mediante el uso del ordenador. Es verdad que tanto la escenografía como las demás aplicaciones de la realidad virtual están constituidas por una síntesis de ambas. Y es quizás ésta una de las causas de la dificultad que experimenta el sujeto en la recepción de este tipo de obras, que en muchos casos son vivencias de nuevos espacios o la percepción de un espacio que tiene una geometría inusitada y leyes físicas y sociales imaginadas. Pero esta dificultad tampoco es propia de este nuevo mundo virtual, sino que por una parte, está condicionada por la mayor capacidad técnica para producir imágenes y mundos nuevos que se confunden con la realidad de la vida humana en la experiencia cotidiana del mundo. Y por otra parte está condicionada, a la vez, por una nueva forma que el hombre ha encontrado para estar en el mundo.
Sin embargo, para no ir tan lejos, el lema shakespereano del The Globe Theatre, “totus mundus agit histrionem” (el mundo entero es un escenario) habla de la misma percepción paradójica que el hombre tenía en el siglo XVII, la tuvo antes y la tendrá, en torno a la distinción entre el mundo real y el ficcional. Pues la vida cotidiana, tal como Shakespeare lo enunció, incluye la teatralidad, es decir la representación y también en esa época como antes de ésta, el arte y la filosofía daban cuenta del mismo asombro que experimenta el hombre frente a sí mismo en tanto representante, frente a lo representado y al mundo que percibe como tal. Por ello, la ficción artística sigue siendo un medio privilegiado para conocer y hacer reconocer al mundo y es por ello también que, negar la representación mediante la asimilación por contigüidad con la realidad no sólo implica la negación la realidad de la representación como forma de conocimiento, sino negar la posibilidad de conocer el mundo.
Es fundamental en el proceso de recepción de una representación escenográfica ahora, como también lo fue hace mucho tiempo, no sólo que la obra fluya sino que dé la posibilidad al espectador de reconocer una cierta semejanza entre la realidad representada (el mundo evocado) y la obra (el mundo evocante), para que se siga produciendo una obra que muestre una intelección del mundo. Porque evidentemente la realidad humana incluye la ficción, como supo lo supo ver Shakespeare, quien potenciaba con el teatro de la vida cotidiana la teatralidad de su propio drama y le devolvía al público la teatralidad social reinterpretada, exteriorizada y comentada.
En fin, la teatralidad de Shakespeare hacía entender y ponía en el escenario a las propias relaciones sociales como convenciones tan falsas o verdaderas como las que rigen las reglas del arte teatral. Implicaba, pues, la representación de una cosmovisión que el espectador podía decodificar porque no negaba la representación sino que representaba al mundo.
Hoy la escenografía virtual en sí misma no es más que un eslabón en la cadena de la multiplicidad de las formas que tiene el hombre de representar el mundo. Y en esa cadena de multiplicidades o de discontinuidades históricas de formas y técnicas de representación, sigue estando el hombre en el centro. En este caso estamos frente a una devastadora multiplicidad de imágenes que por momentos se tornan indiferenciadas, pero tal vez falte un ojo como el de Shakespeare que ordene y no niegue la representación.
El problema sigue siendo la unidad del sentido, encontrarle sentido al mundo en aparente descontrol por proliferación ilimitada de todo tipo de informaciones contradictorias. Por lo tanto, hoy como antes de la Revolución de Mayo, estamos frente a la misma encrucijada: la realidad en el escenario del mundo.