La articulación entre los fenómenos artísticos y culturales con las instituciones públicas, las organizaciones civiles, las transformaciones sociales y los procesos económicos constituye hoy un problema central para las ciencias sociales. La cuestión acerca de la función social del arte y el carácter intrínsecamente político de los dispositivos institucionales vinculados a la producción cultural, constituye el campo de lucha ideológico de las diferentes perspectivas teóricas. 

En un mundo carente de experiencia (Benjamin; Agamben), las artes configuran actos de resistencia a través de lo sensible. Ese malestar, en tanto condición de posibilidad de la acción política es, en principio, un malestar con las condiciones alienadas de la experiencia sensible. Siguiendo a Ranciere, el arte tiene que ver con la política porque pone en juego un pensamiento sensible que propone nuevas formas de componer el espacio y el tiempo.

Estudiar la dimensión política de las artes requiere conocer su régimen estético de identificación y el modelo de percepción a partir del cual distinguir sus estrategias discursivas y expresivas. 

La consolidación del capitalismo facilitó una expansión sin precedentes de los mecanismos de control y de los estándares culturales dominantes y, al mismo tiempo, también favoreció la aparición de estrategias artísticas de resistencia. En este sentido, crear es imaginar un mundo que aún no existe. Afirmarse en esa creencia es el inicio de un movimiento revolucionario que encuentra en la práctica artística uno de sus principios de acción política más directa: un modo de fabulación para inventar un porvenir.